Los
peritos habían concluido su trabajo y otros esperaban en la morgue
para poder realizar el suyo, mientras la familia de la víctima
esperaba su turno para poder dar el último adiós a su ser querido
recién fallecido en unas circunstancias más propias de una terrible
pesadilla. Un pesado sueño que se les venía encima como un muro de
piedra que cae de la nada, una sinrazón de difícil comprensión.
Accedían
a nuestros ritos y trabajos porque esperaban que fuéramos capaces de
encontrar a los culpables, pues el sentido de propiedad alcanza hasta
los propios seres humanos y aquella fallecida era suya. Aquella
víctima a la que nosotros buscábamos explicación racional para
encontrar respuestas a las preguntas que teníamos la obligación de
realizar.
Esa
labor nuestra de buscar sentido al sinsentido era el extraño plano
del que costaba regresar. Acostumbrados a una ciencia inhumana, resultaba doloroso afrontar los rostros de los familiares para explicar de
forma pedagógica nuestro proceder tratando de quitar dolor al
infinito dolor. Casos en los que tirabas de frases hechas y giros
educados que te aislaban de aquellos sentimientos que te impiden avanzar
en el proceder objetivo del investigador.
Juan
era un juez mayor, con cerca de 40 años de carrera. Nada más sentir
mi presencia, me miró con esa cara que ponía cuando no quería
implicarse demasiado, cuando el asunto era demasiado sórdido o
demasiado falto de humanidad, entonces me buscaba entre los polis y
con sus ojos temerosos me decía: “esto lo arreglas tú o no lo
hace nadie”, porque a pesar de sus años de experiencia, había
crímenes que no comprendía por su propia y brutal naturaleza. Ni yo
tampoco.
Estos
casos se suelen complicar de forma excesiva, sobre todo cuando el
caso sale demasiado en la prensa. Entonces nos vemos presionados para
cerrar el caso de forma precipitada. La tentación de inventar hasta un delincuente para dejar resuelto el asunto crece y llega a tal extremo que ha
habido casos – probados y ocultados – en que han llegado a
colocarse pruebas que implican a uno u otro “zombi”.
Así
llamamos a los deshechos que pululan por la ciudad, gente acabada que
teníamos fichada por cosas menores y a los que, en ocasiones, se les
hacía responsable de asuntos que no habían sido resueltos. Si bien
la mayoría consideraba que tal proceder era una leyenda urbana, lo
cierto es que tal cosa había sucedido alguna que otra vez cuando la
presión se había hecho insoportable y había generado en la madeja
que tratábamos de deshacer, nudos de imposible desenlace.
Estas cosas sucedían cuando el responsable no asumía la presión de los casos y, si bien, algunas veces habíamos impedido estos desórdenes; otras se nos había escapado delante de nuestras propias narices por muy profesionales que fuéramos los que aborrecíamos de los atajos injustificados que, al final, exigen echar tierra sobre tierra para que el asunto no vaya a mayores. No tengo que decir cómo de hastiado estaba de este infumable proceder.
Tal
cosa debió suceder en el caso del año 93, similar al que nos encontrábamos y - probablemente - siendo el mismo perpetrador de tamaña salvajada. El
juez había sido el propio Juan Goñi, el mismo que hoy levantaba el
cadáver. La memoria empezaba a funcionar uniendo actitudes con
hechos sucedidos. Entonces, todos debimos mirar a otro lado cuando un yonki
de sobrenombre “El Piru” asumió la culpa de aquello. Dio igual
que lo negara repetidas veces, pues nadie reconoce los atroces crímenes cometidos y
aquel era un tipo cruel que apenas recordaba las cosas que hacía. El
chivo expiatorio perfecto.
El cadáver parcialmente desmembrado, el rostro de Juan Goñi, el recuerdo de "el Piru". Aquello era un perfecto "marrón". Un lío en toda regla. No sabíamos quién había cometido el crimen del 93 - un caso cerrado en falso - y, encima, se había levantado su sombra para repetir el mismo modus operandi. Este crimen nos acusaba, correrían las acusaciones peligrosas por la Unidad en tanto unos y otros se ocultaban del fuego cruzado.
Comtinuará
Wow!Me gusta el concepto de "zombie" en la historia. Espero la continuación. ¡Vuelve la novela negra!
ResponderEliminar