En
la calle de Juan Bravo XY piso Z puerta D, lugar del crimen, se iba a
producir el levantamiento judicial del cadáver. Allí estaba mi jefe
y amigo – Alonso -, y mi eficaz compañero – Nené -, ya entrado
en años. De padres brasileños, Nené se movía como pez en el agua
por los bajos fondos de la ciudad y sin embargo era, se podía decirlo así, un hombre de familia.
Si
su esposa y sus dos pequeños supieran de lo que era capaz, quizá
dudarían de seguir viviendo con él compartiendo casa y mantel,
dormitorio y ducha; pues Nené era, en ocasiones, un tipo de temer,
violento y bastante cruel.
Las
consecuencias de tener un empleo tan absorbente como el nuestro tenía
las consecuencias familiares que acarrea. Mi mujer me aguantó hasta
que esta doble vida donde crimen y tranquilidad conviven mal, se
transformó en una sola vida.
Me
vi obligado, al final, a elegir entre mi mujer y mi profesión; poco
a poco y de forma inconsciente, los crímenes se fueron metiendo en
mi cama, en medio de las conversaciones a la hora de la comida y
hasta en los momentos más íntimos de nuestra vida. Todo en casa
respiraba del amargo hedor que mi profesión dejaba.
La
investigación criminal fue una amante difícil de abandonar, mi
mujer huyó de mi casa un 12 de diciembre, pero supongo que yo la
había abandonado antes en mi cabeza pues ya hacía tiempo que le
dedicaba apenas los restos del día, nada más. En esa fecha de hace casi ya diez años, ella recogió sus cosas y con un largo beso desde
la puerta empañado de lágrimas secas y con el rostro desgarrado, me
dejó.
No
regresó en mi busca jamás, ni volvió a preguntar por mí..., nunca
más supe de ella. Algunos dicen que tenía tanto miedo de la
situación en la que vivíamos que huyó muy lejos, dicen que se fue
al extranjero. No quise seguirla en ningún momento ni saber dónde
habitaba para no verme obligado a rogarle que volviera; yo estaba
demasiado enamorado de mi oficio..., el descubrimiento del crimen era
mi vida. Algo que ella no comprendía, quizás porque yo tampoco del
todo. Resolver casos me atrapaba entonces, como ahora, tal que si
fuera un vicio.
Decidí
respetar su decisión, aunque en ocasiones contadas hubo lágrimas
que mojaron mi almohada por su ausencia; quise pensar que había
muerto y que su vida no era otra cosa que recuerdos. Mi profesión se
había convertido en un vicio peligroso para quien me rodeaba y yo no
sabía cómo salir de tal círculo para aislar vida privada y
profesión. Sé que algunos lo habían conseguido como Nené, yo no.
El
Juez, el Secretario y la agente judicial tomaban los datos que el forense desgranaba, mientras
el rostro de la mujer fallecida se aburría de esperar su último
destino; su horrible y extraño final tenían su propio ritmo, su
personal ritual marcado por la costumbre y la Ley: la costumbre del
Juez en hacerlo todo con un cuidado extremo para que ningún error
en este trámite dieran al traste con actuaciones de instrucción
posterior, y la Ley que señalaba el cuándo y el cómo se
realiza el levantamiento judicial de un cadáver.
Continuará
Buena entrega. Buenas noches.
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