Le
miré entre aturdido y sorprendido, convencido de que algo pasaba que
se me escapaba. Por lo que recuerdo, Antonio pasaba por ser el mentor
del Juez Goñi durante muchos años de su carrera dentro de la
judicatura pero, desde su retirada, se habían distanciado bastante
según comentaba el propio Juan. Quizá para Antonio llegaba el
tiempo de la venganza y la ocasión parecía propicia si es que él
sabía algo de lo del 93.
Podía
poner sobre aviso a Juan pero preferí no hacerlo pues no quería
hacer de momento ningún movimiento extraño, la normalidad iba a ser
mi regla ya que si los vientos soplan fuertes hay que hacer lo mismo
que siempre pero sin intentar cosas extravagantes; recordar lo básico
y moverse con prudencia. Algo me iba inflando por dentro y lo estaba notando.
Me
acerqué a la mesa de Edy y le ordené coger su placa y su pistola, e
hice lo mismo con Nené y con Michel. Los rostros de la gente del
Departamento se mostraban estupefactos y la irónica escena de ver un
grupo tan heterogéneo se podía apreciar en sus miradas. Hacía más
de veinte años que yo no salía de allí con más de una persona por
compañía, y en cierto modo me mostré en el gesto algo misógino - cosa que no soy -, pero así actué a sus ojos pues algún papel hay que representar en este teatrillo
cruel que es la vida.
Tan
sorprendente era el equipo que había formado el Jefe utilizándome
como escusa que mi semblante serio, contrariado y aturdido era la
señal evidente de que más que un equipo parecía llevar una carga
sobre mis espaldas. Una especie de pareja de viejos polis que se
lleva a los niños al jardín de juegos.
Recogimos
las llaves de un par de coches, nos llevamos un BMW 320i y un
Mercedes SLK procedentes de alguna requisa por contrabando, recuerdo
que les dije a los tres: ”si nos encabronan, al menos que lo hagan
con clase.” Lo dije conscientemente para que pensaran que teníamos
las manos libres, cosa que en un cuerpo de policía cuando eres joven
- como eran dos de los chicos -, sonaba a gloria bendita hartos de
hacer informes y pasar horas sobre un archivo leyendo un caso tras
otro.
Ninguno
de ellos se había salido de las normas más estrictas establecidas
hasta esa fecha, dejando a salvo a Nené, que había rondado por el
precipicio de lo ilícito varias veces en su vida. Recuerdo el caso en
que fingió poner la pistola a un noruego “hijodeputa” por el
mismo ojete para que cantara...; madre mía si cantó, largó hasta
en gregoriano las misas de vísperas, pero aquel... era un tipo de cuidado.
Ahora
podían aprender a ser policías de verdad, cuando descubrir a un
asesino requiere saltarse determinadas normas, incluso la puta ley de
la gravedad si es preciso; ¡eso es ser policía!, tener claro quién
es el tipo y meterlo en la cárcel sí o sí, si el delito es grave. No soy de
contar recuerdos – me hacen parecer mayor -, pero me gustaría
saber qué harían los leguleyos de tres al cuarto que llenan los
despachos de Madrid para solucionar el "asuntillo" aquel de cuando me
lanzaron de un tercer piso y me partí la pierna con fractura
limpia... y el resto como si nada. Seguro que andarían buscando en
algún legajo el protocolo de actuación.
Sin
ninguna duda, Alonso me había cabreado. Y yo tenía una pistola que sabía emplear para saber la verdad...
¿Lo haría queriendo para motivarme?
Imagen de www.zonanegativa.com |
Continuará
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