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Octava entrada: prescindir de Nené

Nené podría ser un problema, un grave problema, pues por su carácter nos pondría en un enorme compromiso sí o sí, porque orientar las pruebas para que apuntasen en la dirección que nos fuera conveniente era algo así como una blasfemia para Nené. El asunto había que pillarlo a la primera y sin dar demasiadas explicaciones pues la rectitud en este caso pondría a gente válida bajo los caballos vengativos de la gente mediocre e impediría encontrar al verdadero delincuente. Su carácter íntegro era fantástico en otros casos pero nos produciría verdaderos problemas en este momento.

Su forma de ser me obligaba a prescindir del Nené.

Llegamos a la Brigada Central de Homicidios y Desaparecidos en donde los fríos muros cobijaban los silencios tensos de un asunto que ya se sospechaba turbio a todos los niveles, el cielo reflejaba la calidez de un largo verano que se extendía hasta adentrarse en los mediados de octubre, justo cuando el otoño se hace el señor de las tierras que rodean Madrid. Un entorno que pocos valoran pero cuya variedad paisajística es extraordinaria ya sea en los antiguos territorios de caza de los Reyes de España como en los parajes de dehesa de la Sierra media donde los amplias estepas de encina y jara sirven de paso obligado a la poderosa sierra donde los primeros copos de nieve suelen aparecer.

No sería así este año, el verano se prolongaba, los pantanos se vaciarían y la estepa comenzaría desecada y agónica a la espera de las primeras lluvias del otoño para regresar al gozoso tono verde de las primeras aguas que la tierra agradece cobrando relieve y sujetando la ansiada humedad que los vientos del norte depositan sobre la aridez de un campo sediento.

Entrar en la oficina era volver a un lugar donde el tiempo se detenía entre las mesas y las sillas de un mobiliario eterno como las personas que allí pululaban, las mismas siempre. Quizá una de las razones por las que me gustaba alternar con gente nueva era que su inocencia y buena disposición renovaban el espacio interior, lo cual permitía continuar con la lucha diaria.

Quedarme estancado era el peor de los mundos posibles; allí observaba a policías que se habían convertido en piezas del mobiliario, personas cuyo trabajo era pura rutina que empezaba con un buenos días y concluía con un hasta mañana cortés y poco implicado. Mi corazón albergaba el deseo de morir con las botas puestas y haría lo que fuera para no morir sobre mi mesa mirando el calendario para ver qué día tocaba tachar hoy en la Central, sino peleando por mantener vivo el espíritu que un día me empujo a ser policía.


Decidido a que fuera la calle la que me echara de la vida profesional y no el tedio de mi propio despacho, me dirigí al que frecuentaba el jefe obligado a permanecer vigilante en ese puesto el hombre que antaño había sido uno de los mejores policías que había conocido. De carácter afable y cercano era, a pesar del rango, un amigo que valoraba su independencia de criterio como rasgo de su forma de ejercer el mando.


Cerré la puerta al pasar y levantó la mirada de forma inquisitorial como indicando que esta vez mi amigo Alonso me iba a plantar cara.



Continuará




Comentarios

  1. Que bien se va perfilando el prota. En cada nueva entrega nos vemos más identificados con él y con sus valores.

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