Nené
podría ser un problema, un grave problema, pues por su carácter nos
pondría en un enorme compromiso sí o sí, porque orientar las pruebas para que apuntasen en la dirección que nos fuera conveniente era algo así
como una blasfemia para Nené. El asunto había que pillarlo a la
primera y sin dar demasiadas explicaciones pues la rectitud en este
caso pondría a gente válida bajo los caballos vengativos de la
gente mediocre e impediría encontrar al verdadero delincuente. Su
carácter íntegro era fantástico en otros casos pero nos produciría
verdaderos problemas en este momento.
Su
forma de ser me obligaba a prescindir del Nené.
No
sería así este año, el verano se prolongaba, los pantanos se
vaciarían y la estepa comenzaría desecada y agónica a la espera de
las primeras lluvias del otoño para regresar al gozoso tono verde de
las primeras aguas que la tierra agradece cobrando relieve y
sujetando la ansiada humedad que los vientos del norte depositan
sobre la aridez de un campo sediento.
Entrar
en la oficina era volver a un lugar donde el tiempo se detenía entre
las mesas y las sillas de un mobiliario eterno como las personas que
allí pululaban, las mismas siempre. Quizá una de las razones por
las que me gustaba alternar con gente nueva era que su inocencia y
buena disposición renovaban el espacio interior, lo cual permitía
continuar con la lucha diaria.
Quedarme
estancado era el peor de los mundos posibles; allí observaba a
policías que se habían convertido en piezas del mobiliario,
personas cuyo trabajo era pura rutina que empezaba con un buenos días
y concluía con un hasta mañana cortés y poco implicado. Mi corazón albergaba el deseo de morir con las botas puestas y haría lo que
fuera para no morir sobre mi mesa mirando el calendario para ver qué día tocaba tachar hoy en la Central, sino
peleando por mantener vivo el espíritu que un día me empujo a ser
policía.
Decidido
a que fuera la calle la que me echara de la vida profesional y no el tedio de mi
propio despacho, me dirigí al que frecuentaba el jefe obligado a
permanecer vigilante en ese puesto el hombre que antaño había sido uno de
los mejores policías que había conocido. De carácter afable y
cercano era, a pesar del rango, un amigo que valoraba su
independencia de criterio como rasgo de su forma de ejercer el mando.
Cerré
la puerta al pasar y levantó la mirada de forma inquisitorial como
indicando que esta vez mi amigo Alonso me iba a plantar cara.
Continuará
Que bien se va perfilando el prota. En cada nueva entrega nos vemos más identificados con él y con sus valores.
ResponderEliminar