Entró
en la sala con un parche en el ojo, vestido con camisa y pantalón
negro, parecía Johnny Cash dispuesto a cantar The Man in black, pero los
hechos que iba a relatar tenían poco que ver con esa mítica
canción; caminaba apoyado sobre dos muletas con una habilidad de
profesional. Tranquilamente, alcanzó el atril de lectura y comenzó
a leer pausadamente de un libro que le acercaron desde la mesa de
conferenciantes, su respiración calmada, su mirada puesta en las
hojas y el gesto adusto en las formas, comenzó tras carraspear y
beber algo de agua:
“Los
hechos que aquí os voy a relatar están basados en la redacción
recogida de los apuntes del diario de un policía relativas al caso
101/2010 de la Policía Nacional, llevado a cabo por un equipo de la
Policía Judicial de la ciudad de Madrid. El caso tiene el carácter
secreto y reservado decretado por el juez, la fiscalía y el
Ministerio de Interior del Gobierno de España. Omitiré los nombres
y hechos que permitan la identificación de personas si bien la
mayoría han sido objeto ya de filtraciones en la prensa y son de sobra
conocidos por todos ustedes, algunos de los que emplearé – no
obstante - serán simplemente nombres inventados para evitar su identificación y sobretodo,
cumplir con la legalidad vigente que tengo la obligación de
observar.
Los
hechos sucedieron entre el 13 de octubre y el 22 de octubre de 2010.
Este caso me hace pensar que, a veces, el empeño de
unos pocos consigue resolver un problema de muchos.
Lunes,
13 de octubre de 2010
Me
senté agotado en mi sillón tras prepararme una buena copa que me
ayudara a relajarme de la tensión del día. En el vaso de güisqui
repiqueteaban los hielos y el reflejo de los cubitos helados dividía
la luz del salón en múltiples arco iris. Mis recuerdos vagos de
aquellos otros momentos en que el sabor del Chivas Regal era el
antecedente y la expectativa de que algo mejor estaba a punto de
ocurrir - una buena conversación quizá con alguna bella mujer -, me
produjo un hastío desolador. La sensación amarga de beber por
beber, nada más.
Hoy,
el agotamiento, la muerte y el delito eran las únicas cosas que me
esperaban sobre el escritorio de mi despacho; razón de más para
relajarme en el confortable sillón de la sala de estar de mi hogar y
olvidar. Mi sillón estaba acomodado a mi inquieta forma de ser y aún
conservaba la estructura de cuando lo había comprado hacía ya más
de... (ni lo recuerdo). Tantos años languideciendo en la sala
esperando a que mi cuerpo cayera sobre él con el peso de la soledad
y el homicidio premeditado y con alevosía que un policía de ciudad
arrastra. Era incapaz de descansar dos veces seguidas en la misma
postura.
Un
pensamiento efímero provocó el resorte que me hizo saltar del
sillón. Dejando la copa en la mesa con las piedras de hielo
repiqueteando amarillentas a causa del líquido elemento, me
introduje en el pasillo que me conducía a la escalera del oscuro
garaje donde guardaba los expedientes antiguos; intentando recordar
dónde había visto previamente esa cara dibujada a partir de las
descripciones de los vecinos del inmueble en que se había
cometido el asesinato para perfilar el retrato robot del sospechoso.
Un
tipo alto, de complexión fuerte y ojos pequeños - más bien juntos
-, el conjunto central de su rostro compuesto por ojos, nariz y boca
demasiado agrupados como para poder ser considerado un tipo de perfil
normal. El hombre sería siempre fácilmente reconocible entre una
multitud de seres humanos. Alguien con esa mirada no se olvida
fácilmente. Pero, ¿quién era exactamente? No lo recordaba, solo
tenía la vaga certeza de haberlo conocido antes.
Los vecinos estaban convencidos de que a nadie más habían visto, pero la impresión personal de que hubieran participado otras personas en aquel monstruoso crimen gravitaba en el pensamiento de todos, pues el “modus operandi” parecía incompatible con la la autoría de un único delincuente. El único hilo que teníamos a la espera del trabajo forense, era este original rostro.
Miré nuevamente el retrato y empecé a revolver entre mis expedientes partiendo de los más actuales y terminando con los más antiguos... Casos sin resolver, que analizados uno tras otro dejaban la estela del fracaso en un conjunto de prestigiosos y buenos policías - mi antiguo equipo - gente capaz que, sin embargo, no habían sabido encontrar junto a mí la solución de algunos enigmas, o quizás, el modo de esquivar la fuerte presión social, política o mediática a la que algunas veces nos habíamos tenido que enfrentar.
Esta
intromisión determinaba, muchas veces, la finalización de
investigaciones sin nadie a quien encausar o sin pruebas suficientes
que demostrasen la culpabilidad del procesado. Las prisas en dar con
alguna solución y la exigencia de resultados inmediatos ocasionaba
que algunos de los casos que yo consideraba relativamente fáciles de
resolver no acabaron en buen puerto.
Sin
embargo..., este rostro lo había visto antes en otra ocasión
semejante. Me recordaba un caso en que el autor del crimen había
desaparecido sin dejar huella, sin dejar rastro que permitiese su
localización. Sin más, se había esfumado entre el bullicio urbano
y la polución de mi ciudad. Como por arte de magia, como tras el
truco aprendido de algún maestro del escapismo, había desaparecido
sin dejar rastro en el preciso momento en que estábamos a punto de
atraparle.
Excelente! explicación sobre cómo crear el clima de una novela policiaca, y este primer capítulo ya me atrapó. !Tengo ganas de leer más!
ResponderEliminarBuen comienzo. Pena que lo he leído en la cocina. Mañana lo haré en un lugar más apropiado. Quizá la cama, antes de dormir...
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