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Tercera Entrada: Obsesión

Tomé el expediente del 93 y lo desgrané página por página, letra por letra, fotografía por fotografía. Recuperé el vídeo de la cámara de seguridad pasando del antiguo formato VHS a un formato digital y lo visioné en el ordenador de casa. El vídeo demostraba que se trataba de un hombre fuerte con complexión atlética, una estatura que rondaba el 1,90 de altura y los 100 kilos de peso; pelo bien cortado con estilo militar y rasgos angulosos en la cara con ese conjunto ya destacado de ojos, nariz y boca demasiado característico como para permanecer en el olvido de un expediente de más de quince años; demasiado característico como para no tener ni siquiera un nombre que buscar, unas huellas que verificar, un rastro que seguir.


Me atusé el cabello poblado por incipientes canas blanquecinas que coronaban mi cabeza, cosa que atribuía a aquellos casos en que ni siquiera habíamos sido capaces de descubrir un mísero nombre que nos permitiera acercarnos al delincuente. No había nada relevante que buscar en aquel expediente más que aquella imagen y el retrato de los testigos que coincidían con la imagen borrosa del vídeo, nada más.

Aquel tipo se había esfumado como un fantasma del que queda una extravagante psicofonía sin explicación, un sonido que te dejaba en el más absoluto de los ridículos cada vez que lo mostrabas.

Con la seguridad de que un tipo así no podía desaparecer sin más, me introduje en las bases de datos donde las descripciones y fotografías de todo tipo permanecían almacenadas. Después de tantos años en la policía había aprendido a reconocer el valor de la información y en consecuencia había almacenado en mi ordenador mucha información que solo una mano diestra y hábil como la mía podía manejar con el temple preciso. No era del todo legal lo que hacía – lo reconozco – pero era imprescindible.

Hurgué en todo tipo de personas sensibles, por decirlo de alguna manera: seguridad de políticos y cuerpo diplomático, miembros de cuerpos especiales de policía o militares; alcancé a buscar – incluso – entre porteros de discotecas relacionados con el blanqueo de dinero..., lo miré todo.

Al final me quedé dormido sobre el escritorio babeando los estertores últimos de mi copa de güisqui que había vuelto a recoger del salón cuando mis fuerzas y mi cabeza empezaban a flaquear y me hundía en la desesperación que el fracaso dejaba tras de sí. Me encontré, al día siguiente, despertándome sobre la foto de un matón de discoteca gordo y violento que me había ocasionado verdaderos quebraderos de cabeza hacía unos años.

¡Dios, qué mal rollo! - Era, quizá, la peor imagen que jamás había tenido que soportar al despertar; lo cual era bastante decir porque realmente había tenido ocasiones para quejarme de la compañía que ocupaba mi cama al despertar de alguna otra mañana con el olor a güisqui..., no siempre de calidad como el que esta noche me había dado el mazazo definitivo.

Miré el reloj que marcaba las siete de la mañana cuando las primeras luces entraban por la ventana de mi habitación mostrando la cantidad de polvo que respiramos, la cantidad de porquería que necesitamos para seguir viviendo. Tras la hora de la fugaz ducha tocó correr hasta el lugar donde el cadáver esperaba para ser levantado por el juez y, aunque tenía tiempo de sobra para desayunar, no lo hice siguiendo la estela del caos que conducía mi vida en los últimos tiempos.

La cabeza me daba vueltas viendo la cara del tipo descrito pues aparecía de forma insospechada en los carteles de publicidad de la A4 que nos conducía a la ciudad donde todo es posible porque esta ciudad nunca duerme; la veía dibujada en los coches que circulaban a mi altura; la veía en los que circulaban en sentido contrario y en las oficinas que iba bordeando con mi vehículo, la veía en todas partes.



La imagen del tipo violento, del tipo alto y fuerte y de rostro enjuto se había convertido, ya, en una obsesión que jamás me abandonaría.


Continuará

Comentarios

  1. En fin de semana lluvioso la entrega debería ser doble, igual que los Chivas que se larga nuestro prota

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    1. A mí me parece poca ración de chivas tras ver a una pobre mujer con el brazo amputado y una cruz en el pecho hasta las vísceras... ¿no crees? Lo de la ración doble de la serie es una buena propuesta, trataré de ponerme dos manos más. Saludos y gracias por leer Diario de un Policía.

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  2. Las obsesiones, con sutileza a tratarlas, en tus letras.. muy buen relato amigo... Seguimos con Diario de un Policía,, tiene buen talante.

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