Tomamos
rápidamente la M30 con las sirenas puestas y acelerando los potentes
coches que nos habíamos agenciado, disfrutamos durante un breve
espacio de tiempo del placer de circular a altas velocidades por
donde la velocidad máxima permitida es excesivamente baja para los
vehículos que llevábamos.
En
esos momentos sientes que eres importante cuando los chiquillos se
paran y te miran pasar mientras tú pones cara de estar por encima del bien
y del mal con un pitillo en la comisura de los labios, las gafas de
sol a medio caer o mascando un chicle con desgana; condición que se
apreciaba especialmente en nuestros jóvenes e impuestos
compañeros. En ellos, ese rostro era el de la primera vez: una mirada
nítida, una intranquilidad tensa, un nervio palpitando en la comisura de los labios... Yo sabía que ellos - a partir
de ese momento – habrían de buscar siempre esa sensación dulce de la
primera vez, tal como todos hacemos.
A
pesar de los años la seguía
buscando como al
principio de mi carrera,
pero
ya
había
aprendido
que solo
podría
recuperarla
en el
rostro
de
los
demás,
cuando
la
candidez
y
la
honestidad
lo
es todo,
cuando
llegar
a
casa y
contar
las
aventuras
del día
es
lo
esencial
de tu
trabajo
de
“poli”.
Hacía mucho tiempo que no veía rostros como el de Edy y el de
Michel, aquel rostro tenso que un día tuve..., y me gustó sentir de
nuevo esa sensación.
Salimos
de la M30 por la salida que conduce hacia Arturo Soria por un ramal,
y hacia la Estación de Chamartín – por el otro – , deteniéndonos
en la proximidad del número ZZZ de la calle, nos acercamos a la
casa un poco a tientas, preparados para una merienda con relato
informativo vacío de contenido, llamamos a la puerta. Nadie abrió.
La
casa tenía dos plantas, estaba cercada por un muro blanco, limpio y
brillante de dos metros de alto con un pequeño y discreto jardín
por dentro muy del estilo de los que hay en esta calle de Madrid a
esa altura. Una casa ciertamente imponente que encajaba con el perfil
general de Arturo Soria. La casa parecía difícil de abordar desde
cualquier otro lugar que no fuera la puerta de rejas metálicas,
desde allí se apreciaba el tipo de vivienda equilibrada de que se
trataba: una construcción en color blanco con cierres de aluminio
del mismo color en las ventanas y cortinas discretas que la hacían
intima y recogida hacia su interior; la puerta de madera blanca por
la que se accedería al chalé aparecía impoluta y serena como el
ambiente que le rodeaba.
Seguimos
timbrando con la seguridad de que el juez nos esperaba en el interior de
la casa, pues antes de salir de la Central habíamos llamado para
quedar en firme con él. Esperamos el tiempo de rigor mirando de vez en cuando a ver
si aparecía su automóvil por algún lugar como
consecuencia de algún retraso impredecible.
- Nené, esto es extraño. Entra y ábrenos que aquí pasa algo raro. - Le dije tras la tensa espera. Una situación tan tranquila como extraña que me hacía sospechar lo peor - Demasiada calma... - farfullaba en bajo mientras desabrochaba el botón de la funda de mi pistola.
- No tenemos orden judicial. – Replicó Michel con gesto preocupado ante mi mirada impávida y los retadores ojos de Nené.
- Lo que haya ocurrido, si es que ha ocurrido algo, ha pasado en estos veinte o treinta minutos últimos; esta tranquilidad no es normal. Si no ha sucedido nada, te aseguro que el juez no lo tendrá en cuenta..., en esta circunstancia sería la mejor de nuestras posibilidades y nosotros tenermos que ponernos siempre en lo peor. Así que no me jodas con un rigor absurdo de oficina, - le dije displicente a Michel - y entra de una puta vez, Nené.
Nené
saltó con cierta facilidad tras la ayuda prestada por Michel y Edy. Su enorme
corpachón ascendió con ligereza por el muro y se apoyó en la zona alta
superando el obstáculo por una zona discreta. Esperamos un poco, el
tiempo necesario y, a los cinco minutos se abrió la puerta enrejada
tras el sonido de una apertura automática.
Entramos
en el jardín y después en la casa que franqueaba Nené. Su rostro
lívido, de piel traslúcida informaba de lo certera de mi
premonición. Lo que había visto le había desencajado su rostro. Balbuceaba
nervioso como si hubiera tenido su primera experiencia con un
horrendo crimen...
Continuará |
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