- No te va a gustar lo que vas a ver. - Acertó a decir después de un incómodo lapso de tiempo en el que yo le miraba expectante y él me miraba recuperando el pulso y la sensación de calor en un cuerpo congelado por la desagradable impresión.
- Coño, Nené..., ¡que no eres un novato! - Me lo saqué de encima y avancé.
Entramos
en la vivienda de Antonio que mostraba una entrada clásica - como
cabía esperar - entre mármoles, granitos y cuadros de indudable
calidad y sentido del equilibrio. A la derecha, el salón principal
muy iluminado y elegante en tonos blanquinegros daba la sensación de
una compensada construcción que definía la meticulosidad y sentido
del orden del dueño de la misma.
Subimos
a la planta superior siguiendo los pasos de Nené con su
característico movimiento pesado y tranquilo, indicaba – así - el
poco trabajo que íbamos a tener para salvar vida alguna o apresar al
sospechoso. Las escaleras en mármol blanco se subían con facilidad
de dos en dos y, en el despacho del juez, a la izquierda del pasillo
superior entre muebles indianos de Teca, o de una madera similar, vimos
sobre el escritorio la terrible escena. El juez tenía amputado
el brazo derecho - como la mujer de Juan Bravo, como el tipo del 93 -
y reposaba sobre un expediente ensangrentado con un disparo en la
cabeza.
- ¡Joder!- Exclamó Michel visiblemente impactado por la escena- ¿Esto que cojones es?
- “Esto” es el caso a que nos enfrentamos, Michel. Nené, separa la silla de la mesa – ordené de modo imperativo.
- Pero..., no debemos mover el cadáver - recordaron Michel y Edy al unísono, haciendo gala de un aprendizaje muy académico del tratamiento de los turbios asuntos.
- En este caso sí, Edy, ya sabemos el patrón del asesino y la causa de la muerte, lo hemos visto hoy por la mañana en Juan Bravo. Si no comprobamos quién está muerto sobre el escritorio. ¿qué estamos haciendo aquí? Acabaremos comentando cosas no comprobadas y se montará un lío del carajo. - Corregí sobre la cruda realidad de la vida de un policía, Edy y Michel estaban muy verdes. Pero era mejor así, pues peor sería que nada les extrañara. Es mejor partir de un comportamiento inicial ético que justo lo contrario.
Nené
empujo con suavidad la silla hacia nosotros sujetando el hombro
izquierdo del juez para que no se desplomara hacia delante sino que
cayera levemente sobre el respaldo. Esto dejaba al descubierto el
pecho donde la cruz en forma de aspa desde los hombros hasta el
vientre arrojaba luz sobre el grado de maldad del crimen cometido.
El
corte profundo hecho con un arma específica, capaz de matar sin
necesidad de un disparo, nos hacía concluir que el asesinato era
anterior a la amputación y a la realización del aspa sobre el pecho
del individuo, una amputación “post morten” que confirmaba el
carácter ritual del crimen cometido.
Al
caer el cuerpo sobre el respaldo de la silla, la cabeza giró hacia
atrás mostrando el rostro rígido, pálido y aterrorizado de la
víctima.
- ¡Joder!- exclamé- ¡No es el Juez Vera! Edy, avisa cuanto antes a Alonso que acaban de matar al mismo asesino de Idoya, la mujer de Juan Bravo..., y de la misma manera con que ella fue asesinada.
- Pero entonces, estamos más perdidos de lo que creíamos. - Exclamó Nené con cierta lógica
- Esto es una locura que se escapa de toda lógica; necesitamos la documentación del individuo, mira en los bolsillos de la chaqueta y de los pantalones que tengo que hacer unas cuantas llamadas.
Después
de quince o treinta minutos de espera aparecieron Juan Goñi, Ana
Allen y el Jefe Alonso. La pregunta que todos nos hacíamos era
qué era lo que teníamos ente manos, pues la muerta de Juan Bravo cuyo
asesino parecía haber sido asesinado en la casa de un Juez que
decía tener información relevante para el caso, parecía un rompecabezas de difícil anclaje.
El Juez Goñi estaba visiblemente descolocado, con el rostro
desencajado y mirando para todas partes como tratando de buscar
explicaciones a la escena de espanto, sangre y vísceras del
despacho de su amigo. Los focos de la tragedia enfocaban a su rostro y nuestras miradas se hicieron inquisidoras de sus gestos mientras nuestros
oídos esperaban sus primeras palabras. El contenido y el tono
empleado al hablar iba a ser fundamental.
Vera no contestaba a ninguna de nuestras llamadas mientras Goñi permanecía inquieto y callado...
Continuará
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